El mes de la mujer, es sólo una excusa. Todo el año, es el año de la mujer. La historia misma tiene su sello. Sólo que si así lo declaráramos, correríamos el riesgo de que tan importante conmemoración se deslice hacia el abismo de la cotidianidad. Por eso se resalta, en especial, en marzo, el día octavo.
El día internacional de la mujer tiene una bien sustentada raíz en la historia contemporánea. Con mayores o menores conocimientos, sabemos que responde al homenaje hecho a las mujeres trabajadoras de todos los tiempos, cuyo detonante fue una masacre de mujeres disfrazada de incendio involuntario en la Nueva York industrial de la segunda mitad del siglo XIX. Pero, revisando la historia, encontré algunos apuntes sobre algo que no es muy conocido para nosotros, y es, que el día internacional de la mujer, inicialmente era el día de la mujer revolucionaria.
El convulsionado mundo industrial de la transición del siglo XIX al XX, y los años posteriores a ello, enmarcaron las relaciones laborales en un difícil acontecer de producción, explotación y plusvalía. El enorme progreso industrial de occidente, produjo profundas repercusiones en el tejido social. Y a esas repercusiones, se opusieron declaraciones sociales como la del día de la mujer.
Ahora, el contexto que mundialmente permitió la institucionalización del día de la mujer fue el de una masa proletaria reclamando garantías y derechos laborales, así como la igualdad entre géneros y la no discriminación femenina. Y lo realmente apasionante de la lucha social de finales del siglo XIX y principios del XX, es que fue liderada por mujeres. Mujeres valientes, trabajadoras, luchadoras, frenteras. Madres, hermanas, hijas. Mujeres que nunca dejaron de lado su rol familiar y que, sin embargo, asumieron su papel protagónico de cambio en un mundo que no las favorecía, en el contexto de un mundo que las discriminaba.
Las mujeres trabajadoras, incansablemente lucharon por mejorar la calidad de su vida ante la mirada impávida y cobarde de los hombres. El levantamiento popular femenino, que tiene sus semillas desde las décadas de 1840 y 1850, generó, tras miles de muertes y persecuciones, garantías que hoy, desde la comodidad de nuestras riquezas, pensamos que siempre tuvimos.
La mujer trabajadora, valiente e indócil, se opuso en el más crítico de sus momentos a un mundo con el que no estaba de acuerdo, y, a fuerza de persistencia, de tesón, y de coherencia, revirtió una inercia negativa para entregarle al siglo XXI las garantías y la calidad de vida que hoy goza. Se enfrentó a la adversidad, perdió miles de batallas, pero ganó la guerra. El mundo que hoy conocemos, en sus partes más bellas y sublimes, fue forjado en gran parte, por la valentía de las mujeres que precedieron nuestras cómodas generaciones.
Ahora entiendo por qué al principio se le llamó el día de la mujer revolucionaria, adjetivo que se fue difuminando con el paso de los años. Se le llamó revolucionaria porque se quiso homenajear a las mujeres que con su constante lucha abrieron paso a una sociedad más justa y equilibrada. Porque conmemora aquellas mujeres que tuvieron el sueño de cambiar aquello que no les satisfacía, y que lograron con entereza.
Esa mujer transformadora es un ejemplo a seguir para las sociedades contemporáneas. No pocos hombres entendemos que la valentía nació en una mujer, así como la persistencia, y la templanza, y luego, la aprendimos los nosotros. Esa mujer creadora de realidades tiene que seguir viva en nuestras comunidades. Mujer revolucionaria no significa mujer subversiva, ni insurgente. Significa una mujer pensante, que con la solidez de su criterio y la fortaleza de su carácter, emprende campañas transformadoras de lo que no funciona, para evolucionar lo que no sirve. Esa mujer revolucionaria, lo es, para iniciar un cambio necesario en las sociedades actuales, que no pierda de vista el progreso, pero que no se olvide de la sociedad misma. La mujer revolucionaria, de la que aprendemos los hombres, es esa mujer que, desde las vías institucionales, y la democracia, emprende para el bien común, el tipo de revolución que precisan nuestras agobiadas repúblicas: una revolución cultural. Aquella donde se impongan las ideas, los proyectos, y los argumentos.
En el mes de la mujer, en el día de la mujer revolucionaria, es preciso recordar la importancia no sólo de la mujer misma, sino de la revolución cultural que necesitamos, que no puede salir avante sin la feminidad en su engranaje. Es tiempo de repensar lo cotidiano, reconsiderar el statu quo y transformar la realidad, desde luego, de la mano de las mujeres, porque el progreso tiene cara de mujer, a la historia, la bañan sus lágrimas, y el presente se sustenta sobre sus hombros.
Carlos Arturo Barco Alzate
escribaleabarco@hotmail.com
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